
Cuando Putin anunció hace un mes el registro de una vacuna rusa contra el Covid-19 (Sputnik V), con aquel pomposo vídeo promocional y sin un solo científico a su lado, había sido testada únicamente en 76 personas. Repito, 76 personas, como de hecho se reconocía en la letra pequeña. Utilizando un símil ciclista, se anunció la llegada a meta faltando el último puerto de la etapa y con varios escapados por delante.
Rusia no ha ganado ninguna carrera porque no tiene ninguna vacuna lista, al menos no aún. Puede cambiarle el nombre pero no cambiar el hecho: lo único que tiene a día de hoy es un “candidato vacunal” que acaba de comenzar la fase III de ensayos clínicos, la última y más laboriosa, que implica a miles o a decenas de miles de voluntarios, y que varios laboratorios, entre chinos y occidentales, comenzaron semanas o meses antes.
Los procedimientos de ensayos clínicos son claros e iguales para todos, lo son desde hace décadas. Seguramente nadie muera por inocularse la ‘vacuna’ rusa, pero coger atajos tiene un precio, y en este caso será que ninguna de las agencias reguladoras de referencia internacional (EMEA y FDA) la tomará en serio. Porque si en algo se cimienta la confianza en la Medicina es en el rigor del procedimiento.
Trampas y atajos
Lo de hacer trampas para conseguir victorias propagandísticas no es nuevo en el Kremlin. Aún colea la trama de “dopaje de Estado” que se tejió para ganar contra todo pronóstico el medallero en ‘su’ Mundial de Atletismo (Moscú 2013) y ‘sus’ JJOO de Invierno (Sochi 2014). Gasolina para azuzar el orgullo patrio, la única ideología que vertebra el putinismo
En el caso del anuncio de la ‘vacuna’, además de la propaganda para consumo interno, entran en juego motivos económicos: publicidad para asegurarse precompras de gobiernos latinoamericanos más o menos afines, con poco dinero y mucha tirria a EEUU.
Podría darme igual el asunto, pero no me lo da, porque pagan justos por pecadores. Guardo mucho cariño a Rusia, un país con magníficos atletas y científicos, cuya reputación cae un poco más bajo con cada una de estas trampas y atajos de su Gobierno. Hay deportistas rusos limpios que llevan años vetados en competiciones internacionales y ahora el trabajo de científicos intachables será acogido con escepticismo en los congresos. Ellos pagan el pato y Putin recoge su medalla. Y cuando vengan las consecuencias se envolverá en la bandera, negará la mayor y echará la culpa a “Occidente”. Como siempre, porque si hay un procedimiento que sí respeta el Kremlin científicamente es la estrategia de comunicación de balones fuera.